El decrecimiento es un movimiento social que se plantea como una alternativa al capitalismo
En un contexto de globalización de la economía capitalista, marcada por una continua expansión de los mercados y por el crecimiento, nació hace cinco años en Francia un movimiento social que cuestiona el capitalismo desde planteamientos ecológicos y sociales: el decrecimiento. Y ahora llega en Catalunya.
Más que una teoría económica concreta o totalmente estructurada, el decrecimiento es un toque de atención, un eslogan, una manera de trabajar, pensar y repensar el actual sistema”, indica Eduard Folc, miembro de l’Entesa pel decreixement, creada hace unos meses en Catalunya. “Este movimiento social se ha extendido desde Francia (décroissance), en Italia (decrescita) y, ahora, en Catalunya”, afirma Folc. Como su nombre indica, se opone a la tendencia al continuo crecimiento y expansión de los mercados y de la actividad económica que impulsa el capitalismo. “Parte de dos preocupaciones básicas: la ecológica y la social. Por una parte, ya hace más de treinta años que un informe del Club de Roma denominado Los límites del crecimiento advertía que el sistema capitalista no podía seguir por el camino de una continua expansión en un mundo con recursos limitados. Por la otra, las repercusiones sociales y personales sobre la vida de las personas del capitalismo hace que sea necesaria una revisión del sistema económico”, señala Folc.
Pero el decrecimiento “no tiene una receta mágica sino que sólo pretende dar un toe de atención”, afirma Jordi Pigem, escritor y filósofo. Este movimiento nace en Francia hace cinco años a partir de las jornadas Deshacer el crecimiento por rehacer el mundo, que atrajeron más de 600 asistentes. Actualmente cuentan con Decroissance, le journal de la joie de vivre, una publicación mensual que llega a los quioscos. También se han publicado libros como por ejemplo Objetivo decrecimiento, que ya ha sido publicado en catalán.
En Catalunya este movimiento nace también a partir de unas jornadas que tuvieron lugar el pasado 7 de marzo a la Universitat de Barcelona y que reunieron 400 personas. Además, actualmente están naciendo grupos locales en Asturias, Canarias y Navarra. Sus propuestas contrastan con el desarrollo sostenible que, para los partidarios del decrecimiento, se basa “en la falacia que se puede crecer sin afectar el medio ambiente”, indica Folc, quien plantea, como elemento diferenciador, que el movimiento del cual forma parte cuestiona el sistema económico. “Se trata de crear una economía ecológica que sí que tenga en cuenta los límites ecológicos y naturales, y que no quiera depredar el territorio”, dice Folc, que añade que no se trata sólo de no crecer sino incluso de decrecer vista la cantidad de productos innecesarios que hay en el mercado.
“Muchas veces la actual forma de organizar la producción y distribución de los bienes, puede ser totalmente absurda. Por ejemplo, en nuestro país producimos tomates y los exportamos a Holanda. Pero Holanda, por su parte, también produce tomates y los exporta aquí. ¿Qué sentido tiene todo esto? Se trata de un gasto totalmente prescindible”, afirma Folc. “¿Qué sentido tiene traer cosas de la China cuando las podemos producir aquí con una mejor calidad y mejores condiciones laborales y sociales? ¿A quién beneficia todo este montaje?”, se pregunta el miembro de l’Entesa pel decreiximent. “A corto plazo tenemos productos más baratos pero hace falta pensar de dónde vienen estos productos, qué consumo de recursos naturales han necesitado y como han sido producidos”, afirma Folc. En este sentido, se plantea que “cada actividad se debería hacer responsable de sus costes sociales y ecológicos”, añade Pigem.
Folc denuncia que durante 200 años nuestra civilización ha tenido una energía barata y fácil de extraer que ha sido el petróleo y los hidrocarburos en general, hecho que ha permitido hacer crecer la economía y ha hecho más barato, “para algunos”, producir en un determinado país y después trasladar la mercancía hasta otro lugar.
Pero esto se acaba porque los recursos naturales son limitados. Además, se constata que todo este crecimiento ilimitado no aporta la felicidad al ser humano, sino que genera una gran ansiedad por poseer cada vez más y más: el consumismo. “Si analizamos las estadísticas de crecimiento del producto interior bruto de un país y las comparamos con la gráfica del índice de felicidad en este mismo país, veríamos que mientras que el primero crece, el segundo incluso decrece. Es falso que el crecimiento económico aporte felicidad y si miramos a nuestros alrededores nos podemos dar cuenta, puesto que cada vez hay más precariedad laboral, más enfermedades mentales, más suicidios y más estrés. Además, en el aspecto social, comporta más individualismo, menos conexión con los otros, menos conciencia de comunidad y más soledad”, afirma Folc, y añade: “la puesta en cuestión de los valores de la actual sociedad la harían más sana y crearía menos tensión por acumular cosas materiales”.
“El Happy Planet Index, que mide el grado de felicidad, indicaba que era en Banuato, un archipiélago de Polinesia, dónde la gente era más feliz. El Estado español estaba en el número 87 y los EE.UU. en el 150, muy cerca de países con graves problemas sociales y políticos”, afirma Pigem. “No se trata de que sólo a nivel ecológico y social no tenga sentido el actual sistema económico sino que, además, está demostrado que provoca más infelicidad. Si no tienes los zapatos que están de moda o no luces un tipo de cuerpo determinado, te sientes mal. Esto ha hecho que las depresiones se estén convirtiendo en una enfermedad de dimensiones epidémicas. Y todo por esta constante aspiración a poseer más y más cosas”, explica el filósofo.
El consumismo
El decrecimiento considera que uno de los primeros cambios que se deben de producir en la estructura económica es de mentalidad del ciudadano. Por eso el movimiento ha creado decálogos de comportamiento individuales basados en la austeridad para aproximarse a la felicidad. “Nosotros pensamos que hace falta consumir menos y mejor, y producir menos y mejor”, afirma Folc. Por esto se cuestiona la pulsión por consumir cada vez más y poseer cada vez más bienes materiales fundamentado en varios pilares: la publicidad, que impulsa un consumo que sólo se produce debido a su existencia; la obsolescencia programada, por la cual se fabrican productos que tienen una fecha de caducidad con el objetivo de fomentar el consumo, de forma que salga más económico comprar de nuevo que repararlo; en el crédito, que nos hace gastar por encima de nuestras posibilidades, y al fin y al cabo que nos hace pensar que consumir más nos dará la felicidad.
El profesor de Economía de los Recursos Naturales del Departamento de Teoría Económica de la Universitat de Barcelona, Jordi Roca Jusmet, señala que “una parte importante del cambio tiene que ver con un cambio cultural, un cambio de prioridades en el consumo de las personas”. Y en este ámbito cree que debe de actuar la intervención pública y estatal para incentivar unos comportamientos y desincentivar otros, “aplicando el principio de quien contamina paga” y de reducción del consumo de recursos naturales.
Para muchos, todas estas ideas pueden parecer demasiado utópicas y poco practicables. En cambio, para Eduard Folc “lo que es una utopía es querer seguir manteniendo el actual ritmo de crecimiento ilimitado”. Esto no quiere decir que el decrecimiento planteo una “vuelta a las cuevas o a tiempos pasados: no se trata de volver atrás, sino de replantearnos el sistema. No pretendemos decrecer en servicios básicos como por ejemplo la sanidad, ni hacer fuego con piedras, sino tener una actuación responsable”.
En este sentido, Roca Jusmet, señala que no se trata de decrecer en sí mismo, sino de cuestionarse el actual sistema y repensarlo para ver en que se debe incrementar la actividad económica y en qué no. De hecho, ya hay movimientos sociales sectoriales que trabajan con estos principios, como, por ejemplo, Slowfood nacido en Italia “que revaloriza los cultivos y comidas tradicionales, y la alimentación como hecho convivencial”, dice Jordi Pigem. También se cuestionan opciones de ocio como por ejemplo el turismo, siempre que se base en la necesidad de viajar muy lejos para que “parezca que son vacaciones de verdad”. “Se puede recuperar también el valor de aquello local. En nuestro caso, Catalunya tiene muchos lugares interesantes y que no son lo suficiente valorados”, afirma Folc.
Por otro lado, en Catalunya existe la Xarxa de Consum Solidari que trabaja de una manera muy próxima a los planteamientos que tiene el decrecimiento. Parte de criterios sociales y ambientales y se organiza a partir de cooperativas de consumidores que adquieren productos ecológicos y de comercio justo. Apuestan sobre todo por mecanismos de distribución local y de un consumo crítico. Las cooperativas de consumidores son una alternativa a la actual consumismo puesto que la publicidad no está presente y tienen un trato muy personal y directo.
Assemblea Pagesa, organización agraria catalana, también asume algunos de los principios del movimiento, puesto que defienden un sistema de producción y distribución local próxima al consumidor y que evite tanto como sea posible la exportación y lan importación. Proponen la recuperación de los mercados municipales como espacio de encuentro entre el ciudadano y aprovechan internet por poner a disposición de los consumidores sus servicios y productos y poner en contacto directo al agricultor con el consumidor, más allá de las grandes superficies.
También quieren recuperar la cocina de temporada según lo que la tierra da en cada estación. “Queremos romper la idea que los agricultores sólo somos máquinas productoras porque otros finalizan el circuito comercial. Para cambiar esta situación nos vemos obligados a decrecer, a producir menos, para recuperar el control sobre nuestra cosecha y así tener tiempo por transformarla y distribuirla nosotros”, dice Alexis Inglada miembro del grupo campesino.
Además, hay otras propuestas económicas vinculadas a este movimiento social, como por ejemplo las de los bancos del tiempo por los cuales cualquier persona puede cambiar un trabajo por otro sin que haya dinero por medio sino un intercambio de trabajos. Por otra parte, rechazan la propiedad privada y proponen otro tipo de propiedades: colectivas, cooperativas, sociales, etc. Pero sobre todo, “el decrecimiento es un cambio cultural para pasar de querer tener más cosas continuamente a querer vivir más y mejor sin tener en cuenta la cantidad”, dice Pigem. “La propuesta de este movimiento no pasa por disminuir el nivel de vida sino por repensarlo. No se quiere ir hacia la pobreza voluntaria, sino buscar la felicidad personal no en el consumo, sino en mejorar las relaciones personales, al tener más tiempo para ti mismo, etc”, añade el filósofo.
“Se trata de reforzar la economía local a partir de sistemas de intercambio como se refleja en el libro Otro mundo, de Arcadi Oliveres”, afirma Pigem. Además, explica que “el crecimiento y el consumo se ha convertido en la primera religión global”. Por esto, asegura que hace falta hacer un cambio de mentalidad, porque una de las cosas que permite sostener el sistema es que mucha gente cree en él. Los pensadores referentes al decrecimiento son Nicholas Georgescu- Roegen, Ivan Illic y también Serge Latouche.
El día sin coches
El 22 de septiembre pasado l’Entesa pel decreixement recuperaba una iniciativa de la Unión Europea “que se ha ido deshinchando, y que recuperamos porque pensamos que el coche es un símbolo de este crecimiento económico descontrolado, que representa el individualismo y el consumo energético desmesurado: el día sin coches por el decrecimiento”. Se realizaron diferentes actividades al centro de Barcelona con charlas y talleres sobre los biocombustibles y la movilidad, hubo un mercado de intercambio, una manifestación y también una fiesta a la calle. Por esto, antes se había puesto en marcha una campaña por internet a partir de un personaje que se llama Pedalín (www.pedalin.org), un ciudadano del extrarradio de Barcelona que abandona el coche por la bici.
En este sentido, la Entesa pel decreixement critica duramente las prioridades en infraestructuras de la Generalitat: más carreteras (más vehículos privados y contaminantes) y el crecimiento de puertos y aeropuertos que consideran innecesario. “Es una locura; vuelve a ser crecer por crecer, lo cual supondrá más destrucción del territorio. ¿Por qué deben crecer el puerto y el aeropuerto? ¿Qué conseguiremos con esto? ¿Que cuatro se hagan más ricos?”, concluye Folc. Lo que ellos defienden es dedicar más inversiones al transporte local, que es el que más se usa, que sea público, colectivo y, preferentemente, ferrocarril.
Países en desarrollo
Folc indica que en muchos de los países en desarrollo se debería producir “un crecimiento entre comillas y en minúsculas”. Un crecimiento en servicios sociales, en educación, en sanidad y en infraestructuras para llegar a un estándar de calidad de vida, pero no al estilo occidental, puesto que no les favorecería, sino un crecimiento con límites. “Nosotros deberemos decrecer mucho más del que ellos deberán crecer”, afirma, y añade que “si todos los países consumieran como uno norteamericano necesitaríamos los recursos de varios planetas”.
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